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jueves, 3 de enero de 2013


                                     Cuando la espada…

    Tres cartas le tiró la bruja.
    Hacía tiempo que Sergio se sumía en tratar de ver lo que le tocaba  como designio, como futuro. Llegaba a la casa de la anciana donde el rito se le mostraba y  era  esclavo de la adivinación, sujeto en las cadenas de  la intriga.
    Enseguida la observó inquisitivamente. La vieja se percató  y trató de disminuir la tensión por la sorpresa en aquel  destino de cartón…
    — ¿Qué ocurre?—  le preguntó.
    — No es nada— Respondió la vieja que acarreaba muchos años en su lomera gibosa  y nunca, durante todo ese tiempo, tenía semejante claridad en una tirada. – Fue mal hecho el corte – prosiguió mientras volvía a barajar el mazo afanosamente buscando un destino menos perjudicial, mientras que en la calle, el viento respiraba contra los cables de luz emitiendo un silbido uniforme.
    Sergio tomó una cantidad de naipes en la baraja quieta y los colocó junto al  montículo ahora decapitado. El hecho de volver a realizar el corte lo abrigó en la tranquilidad de cambiar su destino y suspiró cómplice sin juzgar a la bruja.  Aceptó la renuencia de la vieja no instigándola por volver sobre sus pasos en un devenir que se le ocurría  oscuro.
    Luego de cortar nuevamente, se echó contra el  respaldo de la silla esperando las figuras que le marcarían el rumbo. Observó como la bruja tiró desde los aires tres nuevas barajas y cuando  la última tocó el paño de la mesa, un trueno estalló apagando al vecindario en aquella noche de febrero.
    El apagón aumentó la incertidumbre en Sergio que se sintió niño acunando temor, tal vez aquello era una señal, tal vez un mal presagio.  La vieja se levantó en la oscuridad mientras que el hombre, mientras que el niño, no dejaba de mirar hacia donde las cartas se habían posado. La bruja  encendió una vela y se acercó desde la alacena tan lentamente que Sergio se deterioró   en cada paso.
    La tenue luz iluminó en destellos el paño y la bruja no reprimió su asombro al ver el destino de aquel hombre. Las tres cartas eran las mismas en orden y posición, su destino era inamovible.
    La lluvia bramó furiosa en la vereda. La lluvia bramaba con furia de trópico por aquel tiempo de verano.
    —   …la muerte…— dijo la anciana. — cuando la espada…— trató de seguir, pero un silencio de ultratumba le cortó el dialogo.
     Sergio se levantó de la silla nervioso, con el retumbo  en la mente de la palabra muerte, de la palabra espada. Miró desde la altura de su nueva postura el designio y  entre las tenues llamas, vio  el rostro aterrorizado de la anciana.
    — Hoy la muerte bailará en tu honor, danzará con la espada — le dijo. – Corre a despedirte de quien ames profundamente, morirás antes del alba.
El hombre, desnudo en la consternación, volteó sobre sus pies y como pudo llegó a la puerta de salida, la habitación ya no estaba a oscuras, era su destino de sombras que le restaba precisión en el  andar.
    La lluvia era un manto de gotas amuchadas y se frenó ante éste impedimento  <La muerte bailara en tu honor> recordó y salió a la calle empujado por el susurro de  la demencia. Dobló en la esquina de la cuadra y siguió su marcha lleno de dudas, las cartas habían hablado, la sentencia era de muerte; se sintió perseguido y apresuró el paso.
    “¿De quien  debía despedirse?” el fin tenía horario, cumplimiento, era un solitario de casi cuarenta años con algunos  amigos, si quería despedirse de ellos, debía acercarse al bar donde se reirían, donde no lo entenderían. Sus padres se encontraban en la casa, pero no llegaría ante ellos para mostrar su sacrificio final. Recordó a Mariana, una mujer que de tanto en tanto lamía sus heridas  de soledad. Tal vez de ella debía despedirse, tal vez de esa mujer que comenzaba a amar.
    Los encuentros con ella eran casuales, cuando Mariana así lo disponía y entonces  se entregaba  al manto piadoso con el cual se abrigaba olvidando la soledad de su alma.
    Se dirigió hacia la villa.
    Marina era una mujer de silencios, de mirada triste pero de sonrisa embriagadora. Una vez la había seguido hasta su casa como una sombra, tratando de ver que entraba a un hogar y no a una cripta demostrando que solo era un fantasma. Nunca le había  hecho esa confesión y solo la acompañaba hasta donde ella lo dejaba en el camino.
    La tormenta no amainaba  e ingresó por las calles de tierra mientras el barro se le pegaba  por los pantalones y los zapatos, no le importó, buscaba su cáliz sagrado, su último adiós.
    Cuando llegó a la  casilla traspuso el portón de alambre y golpeó fieramente la puerta de madera gritando el nombre de quien debía despedirse antes que lo pillara la muerte.
    — ¡Mariana!— exclamó  con temor de no encontrarla, pero escuchó la llave del otro lado de la puerta cerrada; iba a despedirse de quien sentía, ahogado en el final, amaba.
    La mujer abrió la puerta y Sergio entró empapado robándole un beso.  Ella lo retiró con fuerza sin entender el por qué de aquel acto, el por qué de aquella locura. Lo miró a los ojos llena de terror mientras su  marido, acumulando furia, le incrustaba una  cuchilla  en la espalda mitigando aquella  envestida de celos.
    Sergio herido de muerte, se dejó caer mientras que  en su mente una risa le gritaba nombres. Nombres que debió elegir, quizás estos  hubiesen cambiado su destino de tragedia.
    Tres cartas le tiró la bruja… tres trozos de cartón que lo invitaron a morir por la espada.     




                                                                      Cristian Javier Martínez 
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AMIGOS: A Cristian J. Martinez ustedes lo conocen...Es el propietario de "Fonda de Buca"en San javier. Pero aparte nos ha demostrado ser un gran escritor. Me envió algunos de su escritos que voy a empezar a compartir con ustedes. Los comentarios que me hagan aqui o en la radio se los haré llegar. 
¡Gracias Cristian! Un orgullo que hayas elegido este blog para publicar tus cosas. 

UN ABRAZO PARA TODOS.


SIN AUTOR NO HAY OBRA.


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