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martes, 15 de julio de 2025

LA BILBLIOTECA (VERSIÓN EXTENDIDA)

 A BIBLIOTECA (Versión extendida)

Por Enrique Di Baggio


La encontré sentada al fondo de la biblioteca, donde el silencio es tan denso que uno puede escuchar hasta los pensamientos. Sus dedos jugaban con el lomo de un libro abierto, pero sus ojos… sus ojos me estaban leyendo a mí.


Caminé hacia ella sin apuro, sintiendo cómo el aire entre nosotros se hacía más pesado. Me incliné apenas, acercando mi boca a su oído.


—¿Sabés por qué la imaginación es lo más libre que tenemos? —le susurré—. Porque nadie puede meterse allí… aunque te estén torturando.


La vi estremecerse.

—¿Y si me torturaras ahora… con imágenes? —me respondió, apenas un hilo de voz.


—No necesitaría tocarte… —dije, muy cerca de su piel—. Solo hablarte. Contarte cómo mi mano se deslizaría por tu espalda desnuda, despacio, mientras mi pulgar dibuja círculos en la base de tu cuello. Cómo me detendría a acariciar tu cintura, a sentir el calor que emana tu piel mientras tu respiración se hace más y más profunda.


Ella cerró los ojos, rindiéndose a la escena que yo le dibujaba en la mente.


—¿Lo sentís? —pregunté—. Mi boca bajando por tu espalda, mis labios rozando cada vértebra como si fueran teclas de un piano. Mis manos recorriendo tus muslos con la delicadeza de quien sostiene algo frágil… hasta que, de repente, aprieto un poco más y te arranco un suspiro.


Ella tragó saliva.

—Seguí… —pidió—. No pares.


—Ahora te imagino de pie, de espaldas a mí. Mi mano en tu abdomen, acercándote hacia mi cuerpo. Podés sentir mi respiración caliente en tu cuello, mi boca que apenas roza tu lóbulo, mi lengua que dibuja un camino lento… y mi otra mano, curiosa, bajando cada vez más… hasta que…


Se mordió el labio.

—¿Hasta que qué? —susurró, ansiosa.


—Hasta que ya no puedas pensar en nada más. Hasta que te des cuenta que solo con palabras puedo hacerte temblar… porque tu mente, ese espacio íntimo, es donde primero te estoy haciendo mía.


Abrió los ojos, y en ellos vi el incendio que yo mismo había encendido.


—¿Te das cuenta? —le dije—. No hay nadie más aquí. Solo vos… yo… y la imaginación, que ahora mismo es el lugar más peligroso del mundo.


Y en ese instante entendí que ya la tenía. No con mis manos, no con mi boca… sino con cada palabra que se colaba en su mente como un amante invisible.






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