Cuando la espada…
Tres cartas le tiró la bruja.
Hacía tiempo que Sergio se
sumía en tratar de ver lo que le tocaba como designio, como futuro. Llegaba a la casa
de la anciana donde el rito se le mostraba y era esclavo
de la adivinación, sujeto en las cadenas de
la intriga.
Enseguida la observó
inquisitivamente. La vieja se percató y
trató de disminuir la tensión por la sorpresa en aquel destino de cartón…
— ¿Qué ocurre?— le preguntó.
— No es nada— Respondió la vieja
que acarreaba muchos años en su lomera gibosa y nunca, durante todo ese tiempo, tenía
semejante claridad en una tirada. – Fue mal hecho el corte – prosiguió mientras
volvía a barajar el mazo afanosamente buscando un destino menos perjudicial,
mientras que en la calle, el viento respiraba contra los cables de luz
emitiendo un silbido uniforme.
Sergio tomó una cantidad de
naipes en la baraja quieta y los colocó junto al montículo ahora decapitado. El hecho de volver
a realizar el corte lo abrigó en la tranquilidad de cambiar su destino y
suspiró cómplice sin juzgar a la bruja. Aceptó
la renuencia de la vieja no instigándola por volver sobre sus pasos en un
devenir que se le ocurría oscuro.
Luego
de cortar nuevamente, se echó contra el respaldo de la silla esperando las figuras que
le marcarían el rumbo. Observó como la bruja tiró desde los aires tres nuevas
barajas y cuando la última tocó el paño de
la mesa, un trueno estalló apagando al vecindario en aquella noche de febrero.
El apagón aumentó la
incertidumbre en Sergio que se sintió niño acunando temor, tal vez aquello era
una señal, tal vez un mal presagio. La
vieja se levantó en la oscuridad mientras que el hombre, mientras que el niño,
no dejaba de mirar hacia donde las cartas se habían posado. La bruja encendió una vela y se acercó desde la alacena
tan lentamente que Sergio se deterioró en cada paso.
La tenue luz iluminó en
destellos el paño y la bruja no reprimió su asombro al ver el destino de aquel
hombre. Las tres cartas eran las mismas en orden y posición, su destino era
inamovible.
La lluvia bramó furiosa en la vereda. La
lluvia bramaba con furia de trópico por aquel tiempo de verano.
— …la muerte…— dijo la anciana. — cuando la
espada…— trató de seguir, pero un silencio de ultratumba le cortó el dialogo.
Sergio se levantó de la silla
nervioso, con el retumbo en la mente de
la palabra muerte, de la palabra espada. Miró desde la altura de su nueva
postura el designio y entre las tenues llamas,
vio el rostro aterrorizado de la anciana.
— Hoy la muerte bailará en tu
honor, danzará con la espada — le dijo. – Corre a despedirte de quien ames
profundamente, morirás antes del alba.
El hombre, desnudo en la consternación, volteó sobre sus pies y como pudo
llegó a la puerta de salida, la habitación ya no estaba a oscuras, era su
destino de sombras que le restaba precisión en el andar.
La lluvia era un manto de
gotas amuchadas y se frenó ante éste impedimento <La
muerte bailara en tu honor> recordó y salió a la calle empujado por el susurro
de la demencia. Dobló en la esquina de
la cuadra y siguió su marcha lleno de dudas, las cartas habían hablado, la
sentencia era de muerte; se sintió perseguido y apresuró el paso.
“¿De quien debía despedirse?” el
fin tenía horario, cumplimiento, era un solitario de casi cuarenta años con
algunos amigos, si quería despedirse de
ellos, debía acercarse al bar donde se reirían, donde no lo entenderían. Sus
padres se encontraban en la casa, pero no llegaría ante ellos para mostrar su
sacrificio final. Recordó a Mariana, una mujer que de tanto en tanto lamía sus
heridas de soledad. Tal vez de ella
debía despedirse, tal vez de esa mujer que comenzaba a amar.
Los encuentros con ella eran
casuales, cuando Mariana así lo disponía y entonces se entregaba
al manto piadoso con el cual se abrigaba olvidando la soledad de su
alma.
Se dirigió hacia la villa.
Marina era una mujer de
silencios, de mirada triste pero de sonrisa embriagadora. Una vez la había
seguido hasta su casa como una sombra, tratando de ver que entraba a un hogar y
no a una cripta demostrando que solo era un fantasma. Nunca le había hecho esa confesión y solo la acompañaba
hasta donde ella lo dejaba en el camino.
La tormenta no amainaba e ingresó por las calles de tierra mientras
el barro se le pegaba por los pantalones
y los zapatos, no le importó, buscaba su cáliz sagrado, su último adiós.
Cuando llegó a la casilla traspuso el portón de alambre y golpeó
fieramente la puerta de madera gritando el nombre de quien debía despedirse
antes que lo pillara la muerte.
— ¡Mariana!— exclamó con temor de no encontrarla, pero escuchó la
llave del otro lado de la puerta cerrada; iba a despedirse de quien sentía,
ahogado en el final, amaba.
La mujer abrió la puerta y
Sergio entró empapado robándole un beso. Ella lo retiró con fuerza sin entender el por
qué de aquel acto, el por qué de aquella locura. Lo miró a los ojos llena de terror
mientras su marido, acumulando furia, le
incrustaba una cuchilla en la espalda mitigando aquella envestida de celos.
Sergio herido de muerte, se
dejó caer mientras que en su mente una
risa le gritaba nombres. Nombres que debió elegir, quizás estos hubiesen cambiado su destino de tragedia.
Tres cartas le tiró la bruja… tres trozos de
cartón que lo invitaron a morir por la espada.
Cristian Javier Martínez
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AMIGOS: A Cristian J. Martinez ustedes lo conocen...Es el propietario de "Fonda de Buca"en San javier. Pero aparte nos ha demostrado ser un gran escritor. Me envió algunos de su escritos que voy a empezar a compartir con ustedes. Los comentarios que me hagan aqui o en la radio se los haré llegar.
¡Gracias Cristian! Un orgullo que hayas elegido este blog para publicar tus cosas.
UN ABRAZO PARA TODOS.
SIN AUTOR NO HAY OBRA.
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