Cuando uno asume sufrir deja que le claven estacas...Paola nos cuenta
Enrique Di Baggio
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Vamos callando lo que en silencio nos aceptamos, una y otra vez. Nos vemos como un espejo porque ya sabemos reconocer la miseria en el otro, pero sonreímos como si nada pasara. Como si todas tus noches en otras camas no hubieran existido y como si yo no hubiera pensado más de una vez en excusas para terminarnos.
Pero nos aterra estar solos, un lado vacío en una cama, un café menos por la mañana. ¿Qué tal si no encontramos en otros brazos lo que tenemos en el otro? ¿Y si esto es lo mejor, quedarnos en donde ya conocemos? Al menos sabemos que no nos podemos lastimar más. Este es el límite.
Pero tus ojeras hablan de las horas de sueño que me has quitado, pero la vida no da otras oportunidades y tenemos esa maldita puerta abierta. Sí, que sí sé todo lo que estamos perdiendo.
Que sé que después de esto no podré quedarme despierta esperando un mensaje, que ya entendí que nuestros besos quedan vedados, que tu mano se atará a otros sitios y que no podré buscarte cuando el mundo se derrumbe.
Pero es que, cariño, no sabes cuánto cuesta que el único que pueda curar las heridas es el que te las hace. Y no, no estoy hablando de ti, sino de mí. Yo he decidido clavarme cada una de las estacas que me lanzaste.
No sé si podré perdonarme.
Pero nos aterra estar solos, un lado vacío en una cama, un café menos por la mañana. ¿Qué tal si no encontramos en otros brazos lo que tenemos en el otro? ¿Y si esto es lo mejor, quedarnos en donde ya conocemos? Al menos sabemos que no nos podemos lastimar más. Este es el límite.
Pero tus ojeras hablan de las horas de sueño que me has quitado, pero la vida no da otras oportunidades y tenemos esa maldita puerta abierta. Sí, que sí sé todo lo que estamos perdiendo.
Que sé que después de esto no podré quedarme despierta esperando un mensaje, que ya entendí que nuestros besos quedan vedados, que tu mano se atará a otros sitios y que no podré buscarte cuando el mundo se derrumbe.
Pero es que, cariño, no sabes cuánto cuesta que el único que pueda curar las heridas es el que te las hace. Y no, no estoy hablando de ti, sino de mí. Yo he decidido clavarme cada una de las estacas que me lanzaste.
No sé si podré perdonarme.
—Paola E. Haiat
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