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lunes, 19 de agosto de 2013


Ese mediodía de octubre el frío calaba las coyunturas de la gente que beligerante y ansiosa se agolpó en la plaza. Poco importaba la cuestión climática a la turba, deseosos de presenciar lo que sería para sus almas hambrientas y empobrecidas la redención de todos los males, pugnaban por estar lo más cercano que pudiesen del lóbrego sitial.
A unos dos kilómetros de allí la mujer con el esplendor de su apogeo devenido en harapos paseo su figura lívida y grotesca desde la tenebrosa celda hasta la desvencijada carreta. El peregrinaje fue lento, esto permitió que en el recorrido la mujer fuese blanco de improperios y escupitajos por doquier, con su espíritu estrujado aun así levantó su cabeza y mostró orgullosa su célebre cuello.
Al llegar a la plaza descendió de un solo movimiento y miró al pueblo que colmaba el lugar, para entonces una mezcla de enardecidos revolucionarios y gente común que aún la adoraba como otrora no daban crédito a ser testigos de semejante hito.
Luego la mujer no aceptó el servicio ministerial y un silencio tajante fue dueño de París, el acero fue protagonista, los rizos dorados pendieron de manos ensangrentadas, entonces el mundo fue otro y María Antonieta de Habsburgo, reina de Francia, no fue más.

Ness

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