La melodía de tus ojos.
El viento vuelve a traerme tu aroma dulce, frutal,
casi
inconfundible. El sonido de tus zapatos, la música de tu voz, y la
melodía
de tus ojos, me produce pensar que siempre vas a ser la
única. Mientras te veo
llegar, imponente, saludando a quien se
cruce en tu marcha individual, me
imagino esa boca que a lo lejos y
en silencio parecía estar llamándome. Me la imagino
junto a la mía.
El tiempo por un momento, se detuvo, ese momento en el que esos
labios rozaron mi mejilla, tu esencia se tatuó en mi piel, y esos
cuatro
segundos de magia parecieron eternos. Me preguntaste como estaba la vida, y en
silencio, y con los ojos bien abiertos te respondí que mientras permanezcas en
ella todo iba a estar bien. Te acompañé hasta la puerta del bar, nos acercamos
a los sillones, y sorprendentemente, te sentaste al lado mío. Nuestros ojos se
fundieron en lo que parecía ser una mezcla de sonidos mudos y miradas
provocadoras. Me estaban invitando a pecar. Mientras manteníamos charlas
triviales con nuestros compañeros, lo único que hacía era imaginarte conmigo.
Más cerca de mí. Esa noche volviste a tu casa sola. Y yo a la mía, acompañado
con tu sonrisa.
No pude sacarte de mi cabeza…Mis pensamientos
giraban sobre
vos, tu mirada, tu figura…Me moría por tenerte en mis brazos, por
acariciarte. Por tenerte enteramente para mí, sólo para mí. Por eso
el día
siguiente, tomé el primer tren que me llevase a tu
departamento. Fui a
buscarte, porque ya no aguantaba el que estés
lejos. Abriste la puerta
rápidamente, como si hubieses estado
siempre esperándome. Subimos. No podía
dejar de mirarte, me
perseguían mil ideas de cómo hacerte mía. Ya mientras
estabas
abriendo la puerta, y yo me mantenía abrazado a tu cintura, no
existían demasiadas dudas de lo que quería hacer esa noche.
Entramos, las
llaves volaron por el aire, al igual que mi camisa, y la
melodía silenciosa de
tus ojos volvió a aparecer. En realidad, nunca
se había ido. Estaba ansioso por
demostrarte cuanto te había
extrañado, y lo hermosa que te veías mientras la
luz de la luna se
traslucía por las cortinas de tu habitación.
Cuando por fin me
encontré donde había querido estar, conectándome con vos,
como
si estuviésemos uno dentro del otro, leyéndonos los pensamientos,
hablando
en silencio. Hablando de miles de cosas sin hablar,
rozando con mi boca cada
centímetro de tu piel, disfrutando con el
carmesí de tus mejillas y la
forma en que agarrabas mi pelo cuando
íbamos y a la vez volvíamos en un
vaivén de placer, con los lugares
más recónditos de nuestros cuerpos en
llamas. En ese momento,
cuando estábamos a punto de estallar, escuché la alarma
de mi
celular. Me di cuenta de que era hora de irme. De despertar. De
abandonar
este sueño en el cual sos mía. Mía y de nadie más.
M. Sol Martin
Sin autor no hay obra.
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