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jueves, 4 de junio de 2015

ESPERANDO EL VIERNES

La melodía de tus ojos. 



El viento vuelve a traerme tu aroma dulce, frutal, casi 

inconfundible. El sonido de tus zapatos, la música de tu voz, y la 

melodía de tus ojos, me produce pensar que siempre vas a ser la 

única. Mientras te veo llegar, imponente, saludando a quien se 

cruce en tu marcha individual, me imagino esa boca que a lo lejos y 

en silencio parecía estar llamándome. Me la imagino junto a la mía. 

El tiempo por un momento, se detuvo, ese momento en el que esos 


labios rozaron mi mejilla, tu esencia se tatuó en mi piel, y esos 

cuatro segundos de magia parecieron eternos. Me preguntaste como estaba la vida, y en silencio, y con los ojos bien abiertos te respondí que mientras permanezcas en ella todo iba a estar bien. Te acompañé hasta la puerta del bar, nos acercamos a los sillones, y sorprendentemente, te sentaste al lado mío. Nuestros ojos se fundieron en lo que parecía ser una mezcla de sonidos mudos y miradas provocadoras. Me estaban invitando a pecar. Mientras manteníamos charlas triviales con nuestros compañeros, lo único que hacía era imaginarte conmigo. Más cerca de mí. Esa noche volviste a tu casa sola. Y yo a la mía, acompañado con tu sonrisa.
No pude sacarte de mi cabeza…Mis pensamientos giraban sobre 

vos, tu mirada, tu figura…Me moría por tenerte en mis brazos, por 

acariciarte. Por tenerte enteramente para mí, sólo para mí. Por eso 

el día siguiente, tomé el primer tren que me llevase a tu 

departamento. Fui a buscarte, porque ya no aguantaba el que estés 

lejos. Abriste la puerta rápidamente, como si hubieses estado 

siempre esperándome. Subimos. No podía dejar de mirarte, me 

perseguían mil ideas de cómo hacerte mía. Ya mientras estabas 

abriendo la puerta, y yo me mantenía abrazado a tu cintura, no 

existían demasiadas dudas de lo que quería hacer esa noche. 

Entramos, las llaves volaron por el aire, al igual que mi camisa, y la 

melodía silenciosa de tus ojos volvió a aparecer. En realidad, nunca 

se había ido. Estaba ansioso por demostrarte cuanto te había 

extrañado, y lo hermosa que te veías mientras la luz de la luna se 

traslucía por las cortinas de tu habitación. Cuando por fin me 

encontré donde había querido estar, conectándome con vos, como 

si estuviésemos uno dentro del otro, leyéndonos los pensamientos, 

hablando en silencio. Hablando de miles de cosas sin hablar, 

rozando con mi boca cada centímetro de tu piel, disfrutando con el 

carmesí de tus mejillas y la forma en que agarrabas mi pelo cuando 

íbamos y a la vez volvíamos en un vaivén de placer, con los lugares 

más recónditos de nuestros cuerpos en llamas. En ese momento, 

cuando estábamos a punto de estallar, escuché la alarma de mi 

celular. Me di cuenta de que era hora de irme. De despertar. De 

abandonar este sueño en el cual sos mía. Mía y de nadie más.



M. Sol Martin


Sin autor no hay obra.



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