Este escrito llegò a mis manos hace unos años y ni siquiera conozco su autor. El otro dìa, lo leì en la radio.
Nos muestra la parte humana que afecta una guerra entre hermanos.
Es vista desde la òptica de un corresponsal y con los ojos de una fotògrafa que ya no està...Vìctima de esa guerra cruel.
Enrique Di Baggio
COMILLAS. PAÍS
VASCO.
Corresponsalía. 17 de julio de 1937. Se cumplía el primer año y a poco
de concluir mis estudios periodísticos en la Universidad de Salamanca, fui
enviado a cubrir las vivencias de esta insoportable guerra de conciudadanos. No
estaba dispuesto a narrar las bajas de uno y de otro bando, sino tan solo
construir una imagen que pudiera, al solo verla, omnicomprenderse todo, lo más
sublime y lo más perverso.
Comillas era un
lugar de ensueños, camino a Santa Marina, un puerto no menos pintoresco bañado
por las aguas del Cantábrico. Pero en esta oportunidad no me interesaban las
coordenadas geográficas ni el color del mar ni su bravura. Solo tenía ojos para
ver los rostros entristecidos de sus habitantes, que apenas hablaban. Pero de
algo estoy seguro, no hacía falta.
La taberna del
lugar, que solía ser popular años atrás, estaba repleta de taburetes vacíos,
apenas don Briasco la habitaba con frecuencia. Las pocas palabras que pude
entenderle en su cerrada lengua me indicaron un lugar para dormir, en la planta
alta de la misma posada. Este fue un hecho revelador. En el cuarto que me asignaron
- no había otro -, encontré un viejo baúl, por cierto muy descuidado. He ahí mi
hallazgo arqueológico. Un centenar de fotos viejas señaladas con fechas y nombres
de pila me llamaron la atención. Una muy particularmente. “Navidad del 36”,
hombres con uniformes militares un tanto desguazados posaron para Camila, la
fotógrafa de la ocasión. Supe más tarde que se trataba de la hija menor de
Briasco. No pude conocer su rostro, tan solo lo que sus ojos miraron en los
momentos que inmortalizó. Briasco me había contado que una bala perdida la
había alcanzado en el improvisado frente de batalla, que eran las mismas calles
de uno y otro pueblo a lo largo de toda la España. No la conocí, pero pude ver
su sensibilidad, es como si a la distancia me quisiera decir algo. Y creo que
finalmente lo hizo. Me mostró la inutilidad de toda guerra, en especial la que
se da entre hermanos. Allí posaron los soldados de uno y otro grupo, como si
fueran los jugadores próximos a comenzar una partida de balón. La diferencia es
que los tantos se anotarían con las bajas de unos y de otros. Según pude
entender, a pesar de que las raíces del conflicto fueron lo suficientemente
hondas como para que se desearan la muerte y la procuraran con vehemencia, la
Noche Buena era óptima para celebrar el infortunio y al mismo tiempo la suerte
de aún estar vivo.
La capilla del
lugar reflejaba los primeros nombres de los caídos. El resto de las fotos del
baúl fue fácil deducir el origen. Todos hombres, algunos con sus críos y un
deseo de amor eterno, ahora veo que incumplidos. Eran las fotos que las mujeres
del pueblo conservaban de sus hombres en el frente; un frente extendido, que
aún a un año del comienzo de las acciones bélicas no se sabe cuánto durará y
cuánto se extenderá.
Tenía la
sensación que intereses foráneos habían precipitado este desenlace, pero no soy
muy ducho en política. En medio de todas estas fotos, la de una mujer, bien
parecida - cualquier hombre estaría deseoso de pertenecer a su círculo. Aunque
sin nombre, la había bautizado. No tengo la certeza, pero mi imaginación la
convirtió en la fotógrafa de esta accidentada corresponsalía.
No pocas veces,
en la noche, los disparos me desvelaban y temí tanto por su vida como por la
mía. Claro que su vida estaba tan solo en la mía, en mi imaginación, aunque la
percibí por esos días tan real como vos y yo. Día a día las fotos de los
ilustres desconocidos iban en aumento.
Mi trabajo
terminó el 2 de abril del 39. Apenas un día después de la finalización de la
guerra. Las fotos habían alcanzado más de seiscientas. Pude descubrir algunas
caras conocidas, fotos sueltas de los que compartieron esa Navidad en el primer
año de la guerra. De los veintidós quedaron seis, tres de cada grupo, lo que
permite concluir que las victorias que suman los generales poco se parecen a
las derrotas que cuentan los soldados.
Una cosa más, reflexión un tanto romántica. En la capilla del lugar, la tierra
del improvisado cementerio pudo juntar lo que en vida estuvo separado. Volver a
nacer es la esperanza.
Desde Comillas – País Vasco. Rodrigo Antonio Castejón,
periodista. Elena Briasco, fotógrafa.
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