En aquél pequeño pueblo vivía este hombre esclavo de la opinión de los demás. Eran tan pocos sus habitantes que todos se conocían...Casi no había secretos... Eso es lo que ellos creían.
Este hombre recorría cada día el lugar e iba tratando de enterarse que pensaba de él. Como todo el mundo tenía la opinión de los que lo amaban, lo que lo odiaban y los que conocían muy poco de él pero igual opinaban. ¿Con cuál de todas quedarse? Los vaivenes de su ánimo iban y venían según de quien fueran las sentencias.
Realmente se sentía confundido...A veces abrumado...Un día de tan abrumado que estaba...Cansado por su trabajo pero sumido en los pensamientos de otros sobre él, pasó por el bosque donde había transcurrido su infancia se sentó y apoyó su espalda en su árbol favorito. Lejos de las opiniones, sin humanos a la vista, en su lugar preferido...Le pidió a Dios con todas sus fuerzas que lo libere de tanta confusión. Se quedó dormido no sabe cuánto tiempo...Al despertar recordó que un duende, seguramente habitante de ese bosque, le había dicho en ese sueño que la única opinión valedera era la su de voz interior, de él mismo. Nadie conoce todos tus secretos, nadie puede saber todo de vos...Ni siquiera los que te quieren. Entonces compra un duende de fantasía en algún negocio y tenlo a mano siempre...Cuando alguien opine de vos, escucha, pero toca el duende para que te recuerde que la opinión valedera es la tuya, la de ti mismo.
El hombre sintió tan real el sueño...Se acordaba cada palabra y en su corazón sentía muy profundamente que Dios, el mismísimo Dios le había hablado. A partir de ese día vivió menos pendiente de la opinión de los demás y solo escuchaba atentamente la voz interna que le decía realmente quien era él. No iba a ningún lado sin el duende que le recordaba permanentemente a quien hacerle caso.
El duende era fantasía, pero en su interior sentía que llevaba a Dios que en pocas palabras lo liberó de una pesadilla que tiene pocas palabras: La opinión de los demás.
ENRIQUE DI BAGGIO
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