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sábado, 12 de abril de 2014

CONCURSO DE RELATOS ERÓTICOS EN ESPAÑA


Concurso de Relatos eróticos.



Título : Una rosa, barro y azahar
Autor : Rafael Blasco López
País: España



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Con el abatimiento y el cansancio diario, el hombre estiró de la puerta del ascensor y entró en él. A los problemas habituales de su excesiva carga laboral, se le sumaron las elevadas facturas que acababa de sacar de su buzón, pero ese día, nada le importaba.

El cielo gris y excesivamente nuboso no le beneficiaba en la hora que había salido antes de su trabajo. La inminente amenaza de lluvia le impedía dar un simple paseo por la calle, aunque sus planes eran otros.

La tardanza del elevador le dio tiempo a compararlo con la lentitud con que transcurría su  aburrida vida de los últimos años, la rutina había abierto una brecha entre él y su mujer, provocando un distanciamiento letal para el amor entre ambos.

Con su mano izquierda, entreabrió la bolsa de papel que sujetaba con los dedos de la derecha, comprobando que las dos cosas que había en su interior seguían allí, con ellas todo terminaría.

Imaginó la entrada a su vivienda, como todos los días abriría la puerta, depositaría las llaves en el cenicero del recibidor, se miraría su cara, un poco más vieja y vería a su mujer. Afectada también por la dureza de su trabajo, no comprendía de donde sacaba fuerzas para recibirlo con una sonrisa, ya que  él  solo tenía fuerzas para una mueca forzada.

Entró en su casa, la mujer lo esperaba en pie en el comedor con su expresión alegre en el rostro contestando al gesto forzoso que traía el recién llegado. Le ordenó silencio con la palma de la mano sobre su boca, en un rápido movimiento,  se situó detrás de ella, sujetando con fuerza sus dos manos a la espalda con su izquierda y sacando una cinta de seda de la bolsa con la otra y anudando sus muñecas. Sin darle tiempo a la más mínima explicación, vendó sus ojos con un pañuelo del mismo tejido, segundos más tarde, sus manos sujetaban las tijeras del cajón del mueble más cercano, cortando con ella la bata con que vestía su mujer y desgarrando su ropa interior, dejándola totalmente desnuda, temerosa y asombrada.

Con voz grave, casi agresiva e inusual, le susurró al oído.

-Mi bella flor de azahar

Este podrido mundo me hizo dejarte en el olvido

Pero te juro por nuestro sino

Que nunca jamás volverá a pasar.

Alcanzó una rosa del interior de la bolsa con la que empezó a rozar sus labios, besándola con suavidad tras su paso, bajando despacio por el cuello y rodeando sus pezones totalmente erectos, creando una senda de excitación que aumentó al límite cuando descendió a su ombligo. Ella lanzó un gemido de placer cuando rozó su sexo, su temperatura corporal aumentó cuando la tersura de los pétalos, seguida de labios y lengua, rodearon sus nalgas y ascendieron despacio por la columna vertebral, creando algo similar a una descarga eléctrica unida a un sinfín de sensaciones.

Cuando la empujó hacia atrás estirando de sus hombros, casi lanza un grito, pero sus manos en la espalda la depositaron sobre la chaise longue con sumo cuidado. En un brusco movimiento, separó sus piernas después de bajarse los pantalones, la  penetró con un solo empujón, fuerte, rápido, que la obligó  a emitir un gemido. Las acometidas se sucedieron una detrás de otra, veloces, intensas, acompañadas por los alaridos de placer de ambos. Las terribles convulsiones de ella, terminaron en un orgasmo infinito, por primera vez en mucho tiempo, los dos acabaron al unísono, con una expresión de sátiro y placer en la cara del hombre.

Se levantó repentinamente de ella, alzándola con la misma ternura que la tumbó, pero exigiéndola sigilo absoluto hasta que le avisara. Desanudó sus muñecas y el pañuelo de su rostro, caminó hasta el dormitorio y regresó con un abrigo largo con el que cubrió su cuerpo desnudo, luego le ayudó a calzarse unos zapatos que encontró en el armario de la entrada y guardó la rosa y la cinta en la bolsa que ya portaba en su mano.

Aunque intrigada, se dejó llevar en volandas hasta el ascensor, allí él pulsó el botón que los bajaba hasta el garaje. Con la misma urgencia, le ayudó a entrar en su vehículo y arrancó saliendo a la avenida en la que vivían.

La lluvia que ya caía sin cesar, golpeaba constante el cristal dificultando la visibilidad. El limpiaparabrisas era el único y monótono sonido que se escuchaba en el interior del coche, intrigada por el destino, ella tan solo lanzaba alguna mirada furtiva entre fogonazos de vergüenza que enrojecían su rostro a pesar de la humedad latente, mientras el hombre conducía obsesivo, ansioso y con la mirada perdida al frente.

Recorrieron veinte kilómetros, dejando atrás la ciudad para internarse en una carretera comarcal, los primeros campos de naranjos aparecieron cuando redujo paulatinamente la velocidad. Pulsó la palanca del intermitente y se desviaron por un camino rural entre dos parcelas de cítricos. Giró nuevamente por un sendero en el que apenas cabía el vehículo, las ramas rozaban los cristales y arañaban la carrocería como brazos tratando de advertir y detener la marcha del coche.

Detuvo el vehículo y se desnudó, descendió y lo rodeó hasta abrir la puerta del copiloto, estiró de la muñeca de la mujer quitándole el abrigo por los hombros e indicándole que se descalzara.

Caminaron despacio hasta quedar entre dos filas de naranjos en mitad del campo. Se miraron a los ojos un segundo y chocaron con violencia uniendo sus cuerpos como un símbolo del yin yang, besándose con pasión sin importarles el diluvio que ya los bañaba, creando un aurea líquida entre aromas de tierra mojada y árboles.

Unidos en el pensamiento, se dejaron caer en la tierra rodando por ella, ya hecha barro líquido, ensuciando sus pieles con la suavidad del fango, arrastrado  a trozos por el agua y vuelto a pintar en un salvaje cuadro sexual de una lucha sin tregua.

Ella quiso mandar y dominó, lo consiguió rodando sobre el fango, se apoderó de él posicionándose a horcajadas encima suyo, con su miembro ya dentro de ella, aplastó sus muñecas sobre su cabeza presionándolas y hundiéndolas sobre el barro. Sus movimientos de cadera se tornaron violentos e irracionales, rozando con sus senos el pecho del hombre, presa de un placer incontrolado.

El éxtasis llegó entre los gritos de los dos apagados por el sonido de la lluvia torrencial. La mujer se dejó caer extenuada sobre él, para luego arquear su espalda hacia atrás y abrir la boca, tratando de retener en ella el agua que relajaba ahora sus cuerpos.

Cogidos de la mano, regresaron hasta el coche, el hombre le abrió amablemente la puerta del copiloto dando paso con su mano a ella. Corrió hasta el árbol más cercano y arrancó la rama con la flor más grande y bella que encontró, volvió hasta el coche donde del asiento trasero extrajo la rosa y el trozo de seda del interior de la bolsa, anudando  con ella ambas flores. Se inclinó hasta recoger arañando con la punta de sus dedos un puñado de barro, rodeando  y cubriendo tronco y tallo. Entró en el vehículo y se lo entregó a la mujer mirándola fijamente.

-La rosa es para que no olvides este día, tu belleza es la flor de azahar, el barro soy yo, la tierra que se deshace por ti, mi torrente del cielo, la seda es la ilusión que nos permita seguir unidos para siempre.

Casi conmocionada, le respondió con una leve sonrisa de complicidad.

-Estás muy loco, ¿lo sabes?

-Sigo igual de loco desde el mismo día que te conocí.

Se  abrazaron fundiéndose en un beso infinito, desechando por siempre la monotonía.

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