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martes, 2 de septiembre de 2014

ANILLOS DEL TIEMPO

AMIGOS: Comparto con ustedes otro escrito de mi alumna hasta 

el año pasado, María Sol. ¡Un orgullo tenerla cerca con su letras 

y el afecto mutuo!




Anillos del tiempo.


No estaba muerto y no descansaba en paz. No estaba muerto y conocía cada suceso de su vida al derecho y al revés después de haberlos visto recapitulados. Escuchaba las voces ajenas y las propias (que a veces resultaban en la misma única voz) escuchaba millones de gritos agónicos. Veía como su nieta moría, veía como el hijo de su nieta moría y también así vio como los nietos del hijo de su nieta estaban muriendo, a la vez que su hijo estaba naciendo y era como si fuera la primera vez. Su hijo estaba naciendo y era como si nunca antes su hijo hubiera estado naciendo y la alegría y la melancolía y la emoción venían de la mano pero sin la melancolía de la muerte porque él no estaba muerto. Él no estaba muerto y no descansaba nunca mientras su hijo nacía y el recordaba el momento en que su nieta, su pobre nieta fallecía bajo el toxico, recordaba como esos seres la mataban, esos sucios hijos de puta, esos desquiciados la mataban, pero venían de la mano la alegría, la melancolía y la emoción, porque su hijo estaba naciendo y ese momento era igual a la gota de rocío que nunca más podes volver a ver aunque sean todas las gotas de rocío una misma gota y caigan al mismo lugar no podía verlas, entonces no iba a permitir que el nacimiento de su hijo fuese dado por sentado porque era la primera vez que presenciaba el nacimiento, y no podía hacerlo más que en recapitulaciones y arrepentimientos. Se preguntaba cuando había sido, o cuando estaba siendo ese momento, y por qué se estaba sintiendo tan distante, tan viejo, tan corroído por los anillos del tiempo. No estaba muerto, no descansaba en paz, su nieta había muerto, el hijo de su nieta la sigue hacia el otro mundo, y los nietos del hijo de su nieta también. No estaba muerto pero le regalaba la vida a esa ramita que se extendía de su raíz, y se arrugaba, y no moría, y veía todo. Su amada venía siempre los sábados a las seis de la tarde, traía su bicicleta, su lista de decepciones, y algún que otro aperitivo para llenarse las tripas mientras le hablaba a él, y él la escuchaba, la esperaba y cuando ella se iba, él contaba cuantos soles descendían y cuantos soles renacían a la semana para estar listo el sábado. Ella era dulce, solitaria, y para qué negarlo, era hermosa. Era el prototipo ideal, lo que cualquiera buscaría según él. En el primer momento en que se encontraron y ella se acercó así, con tanto ímpetu, tan decidida… él supo que era la indicada. Un sábado ella no apareció. Ella no estaba y él la estaba esperando ahí, inmóvil. De pie como siempre. Él enamoradísimo y ella no estaba. Pero no podía irse...” ¿y si le paso algo? ¿Y si está buscándome en otro lugar?”… Unos años después (Habían transcurrido 3 sábados) se asoma desde el horizonte esa bicicleta celeste y esas piernas que la hacían funcionar. “Se asoman esas manos que me acariciaban pero había 5 dedos de más. ¿Qué pasa? ¿A quién le pertenece esa mano que me arrebata el último vestigio de vida? Era la mano de aquel cuyos dedos alguna vez habían asesinado a mi nieta, eran esos ojos vacíos… era esa mano entrelazada con la de el objeto de mi amor, y yo inmutado, esperando a que lo suelte y venga hacia mí como si fuese sábado, como si fuese ella… Entonces se acercan y se acuestan cerca de mí como si yo no estuviera ahí, se besan y se estremecen sus carnes sin ninguna clase de condición, se contienen y sus lenguas se atravesaban la boca y yo observaba desde lejos sin poder hablar. Entonces el asesino toma un puñal desde su bolsillo y ella confusa lo observa. Él lo acerca a mi piel y yo intento alejarme pero no puedo… Desliza su filo sobre mi ser mientras chorreo lo que la vida coloco dentro de mi dermis, y ella celebra. Ella estaba celebrando ese acto homicida. Ella celebraba ver como el me cortaba y me tajaba arrancándome pedazos. Quizás ella celebra porque sabe que no soy capaz de morir. Quizás sabe que por más que me corten sigo de pie, esperándola por siempre… El puñal baila sobre mi cuerpo en forma de corazón, y aunque nunca aprendí a leer, en sus ojos se reflejaban los nombres de ellos. Se veían el nombre del asesino de mi nieta, el mismo que de alguna manera quiso matarme a mí, y el nombre de ella, a la que nunca voy a dejar de esperar aquí, de pie, cada sábado, y cada salida del sol, cada tarde y cada noche en el mismo lugar, porque sé que vendrá, y aunque carente de partes y posiblemente en pedazos voy a verla llegar, va a volver a crecer la corteza sobre mi ser y ella me va a acariciar. Entonces y solo entonces podré descansar de una vez.”

MARIA SOL MARTÍN. 

SIN AUTOR NO HAY OBRA. 

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