AMIGOS: Comparto con ustedes otro escrito de mi alumna hasta
el año pasado, María Sol. ¡Un orgullo tenerla cerca con su letras
y el afecto mutuo!
Anillos del tiempo.
No estaba muerto y no descansaba en paz. No estaba muerto y
conocía cada suceso de su vida al derecho y al revés después de haberlos visto
recapitulados. Escuchaba las voces ajenas y las propias (que a veces resultaban
en la misma única voz) escuchaba millones de gritos agónicos. Veía como su
nieta moría, veía como el hijo de su nieta moría y también así vio como los
nietos del hijo de su nieta estaban muriendo, a la vez que su hijo estaba
naciendo y era como si fuera la primera vez. Su hijo estaba naciendo y era como
si nunca antes su hijo hubiera estado naciendo y la alegría y la melancolía y
la emoción venían de la mano pero sin la melancolía de la muerte porque él no
estaba muerto. Él no estaba muerto y no descansaba nunca mientras su hijo nacía
y el recordaba el momento en que su nieta, su pobre nieta fallecía bajo el
toxico, recordaba como esos seres la mataban, esos sucios hijos de puta, esos
desquiciados la mataban, pero venían de la mano la alegría, la melancolía y la
emoción, porque su hijo estaba naciendo y ese momento era igual a la gota de
rocío que nunca más podes volver a ver aunque sean todas las gotas de rocío una
misma gota y caigan al mismo lugar no podía verlas, entonces no iba a permitir
que el nacimiento de su hijo fuese dado por sentado porque era la primera vez
que presenciaba el nacimiento, y no podía hacerlo más que en recapitulaciones y
arrepentimientos. Se preguntaba cuando había sido, o cuando estaba siendo ese
momento, y por qué se estaba sintiendo tan distante, tan viejo, tan corroído
por los anillos del tiempo. No estaba muerto, no descansaba en paz, su nieta
había muerto, el hijo de su nieta la sigue hacia el otro mundo, y los nietos
del hijo de su nieta también. No estaba muerto pero le regalaba la vida a esa
ramita que se extendía de su raíz, y se arrugaba, y no moría, y veía todo. Su
amada venía siempre los sábados a las seis de la tarde, traía su bicicleta, su
lista de decepciones, y algún que otro aperitivo para llenarse las tripas
mientras le hablaba a él, y él la escuchaba, la esperaba y cuando ella se iba,
él contaba cuantos soles descendían y cuantos soles renacían a la semana para
estar listo el sábado. Ella era dulce, solitaria, y para qué negarlo, era
hermosa. Era el prototipo ideal, lo que cualquiera buscaría según él. En el
primer momento en que se encontraron y ella se acercó así, con tanto ímpetu,
tan decidida… él supo que era la indicada. Un sábado ella no apareció. Ella no
estaba y él la estaba esperando ahí, inmóvil. De pie como siempre. Él enamoradísimo
y ella no estaba. Pero no podía irse...” ¿y si le paso algo? ¿Y si está
buscándome en otro lugar?”… Unos años después (Habían transcurrido 3 sábados)
se asoma desde el horizonte esa bicicleta celeste y esas piernas que la hacían
funcionar. “Se asoman esas manos que me acariciaban pero había 5 dedos de más.
¿Qué pasa? ¿A quién le pertenece esa mano que me arrebata el último vestigio de
vida? Era la mano de aquel cuyos dedos alguna vez habían asesinado a mi nieta,
eran esos ojos vacíos… era esa mano entrelazada con la de el objeto de mi amor,
y yo inmutado, esperando a que lo suelte y venga hacia mí como si fuese sábado,
como si fuese ella… Entonces se acercan y se acuestan cerca de mí como si yo no
estuviera ahí, se besan y se estremecen sus carnes sin ninguna clase de
condición, se contienen y sus lenguas se atravesaban la boca y yo observaba
desde lejos sin poder hablar. Entonces el asesino toma un puñal desde su
bolsillo y ella confusa lo observa. Él lo acerca a mi piel y yo intento
alejarme pero no puedo… Desliza su filo sobre mi ser mientras chorreo lo que la
vida coloco dentro de mi dermis, y ella celebra. Ella estaba celebrando ese
acto homicida. Ella celebraba ver como el me cortaba y me tajaba arrancándome
pedazos. Quizás ella celebra porque sabe que no soy capaz de morir. Quizás sabe
que por más que me corten sigo de pie, esperándola por siempre… El puñal baila
sobre mi cuerpo en forma de corazón, y aunque nunca aprendí a leer, en sus ojos
se reflejaban los nombres de ellos. Se veían el nombre del asesino de mi nieta,
el mismo que de alguna manera quiso matarme a mí, y el nombre de ella, a la que
nunca voy a dejar de esperar aquí, de pie, cada sábado, y cada salida del sol,
cada tarde y cada noche en el mismo lugar, porque sé que vendrá, y aunque
carente de partes y posiblemente en pedazos voy a verla llegar, va a volver a
crecer la corteza sobre mi ser y ella me va a acariciar. Entonces y solo
entonces podré descansar de una vez.”
MARIA SOL MARTÍN.
SIN AUTOR NO HAY OBRA.
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