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miércoles, 24 de julio de 2013

M

Mi nombre es Luis Ayala, soy interno del servicio de nefrología del Hospital Central, lugar donde ejerzo la especialidad desde hace unos años. Siempre me consideré un hombre con fuerte impregnación espiritual, la meditación es parte de mi vida, hice regresiones a vidas pasadas y junto al padre Fernando, uno de mis mejores amigos, desanduve el camino de la teología. A pesar de mis características y el hecho de intimar con la muerte diariamente, nunca había percibido una presencia, un espíritu, situación que era frustrante para mi alma. Sin embargo hubo una noche en que mi vida cambió. Esa noche a la cual hago mención, cuando estaba por terminar mi jornada, volví a recorrer los penumbrosos pasillos que comunicaban la sala de hemodiálisis con la sala de guardia, una paciente había ingresado en grave estado. Debo confesar que nunca me impresionó caminarlos a pesar del inquietante silencio y su tétrica iluminación, me había acostumbrado. Cuando ingresé al box una joven al límite de la vida estaba ahí, nadie sabía cómo había llegado pero, pálida sobre una camilla y sin dato más que su género, aguardaba por atención. Hice las maniobras de estabilización y saqué sangre. Ella no tenía chance alguna. Para sorpresa de mi riguroso razonamiento médico a los pocos minutos de la fluidoterapia y oxígenación la paciente comenzó a respirar normal, sus reflejos fueron normales y sus bellos ojos miel giraron preguntando donde estaba. Perplejo atiné a tomarle la mano, ella me miró fijo, sonrió y susurro soy M, fue entonces que dudé del estado real de mi consciencia. Quise tomar sus parámetros vitales nuevamente mas ella se levantó de una manera sutil y salió hacia el pasillo. Tras un segundo de duda la seguí, cuando me asomé ella se había desvanecido en la penumbra; Presuroso corrí a buscarla pero no la encontré. Cuando regresé a la sala de guardia la enfermera me alcanzó los análisis que por cierto eran incompatibles con la vida. A veces descreo de lo vivido esa noche, que es un juego macabro que se apodera de mi mente agotada y que dejó mis sentidos alejados de toda cordura, sin embargo aún hoy, de tanto en tanto, la joven aparece en los pasillos con sus ojos color miel, entonces me sonríe para luego ocultarse en la gélida penumbra susurrando soy M.


AUTOR
NÉSTOR FIDEL PANSERI CABELLO.



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